“Estas dolorosas comprobaciones nos recuerdan el
deber de la vigilancia y mantienen despierto el sentido de las
responsabilidad… preferimos reafirmar roda
nuestra confianza en nuestro Salvador, que no se ha ido del
mundo, por él redimido. Al contrario, haciendo nuestra la
recomendación de Jesús de que sepamos distinguir
los signos de los
tiempos (Mt. 16, 4), creemos columbrar en medio de tantas
tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir buenas
esperanzas sobre la suerte de la Iglesia y de
la humanidad.”
(Juan XXIII. Humanae Salutis.
25.12.63)
Aunque las relaciones de la Iglesia con las realidades espacio
– temporales, eran de vital importancia para Juan XXIII, el
papel pastoral de la Iglesia, en aquel momento, no significaba
mucho para el mundo y sus diversas problemáticas. En ese
sentido, y como respuesta esperanzadora para la Iglesia y la
humanidad, el documento conciliar “Gaudium et
Spes”, representará una absoluta novedad para
la historia de los
concilios ecuménicos; comenzando por el hecho de que por
primera vez un documento conciliar se dirige no sólo a los
hijos de la Iglesia y cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a
todos los hombres (GS 2). Tomar como destinatarios a los
cristianos no católicos habría sido un paso
inesperadamente nuevo, pero ir más allá de las
fronteras del cristianismo
significaba un giro ecuménico nuevo y transformante.
La Gaudium et Spes aparecerá, en el
contexto del Concilio Vaticano II, como una Constitución
de carácter pastoral que buscará clarificar la
actitud y
respuesta pastoral de la Iglesia en el mundo
contemporáneo. Gaudium et Spes abordará el
concepto de
los “signos de los tiempos” como aquellos
acontecimientos de la sociedad
moderna de la época más relevantes y que nos
plantean no sólo un mundo en proceso de
cambios acelerados en todos los ámbitos del desarrollo
humano (la ciencia y
tecnología, la familia, la
cultura, la
sociedad, la economía, la política, la paz, etc.),
sino también anuncios de esperanza para un cambio y
compromiso posible en los seres humanos y la construcción
de una mejor sociedad.
El concepto “signo de los tiempos” no se
presentará como una salida a las diversas
problemáticas actuales, ni tampoco el documento
pretenderá ser un recetario de soluciones a
los distintos desafíos del mundo moderno. Los
“signos de los tiempos” serán abordados por la
Gaudium et Spes como preguntas que plantea
el mundo actual, a las que hay que buscar respuestas a la
luz del
evangelio, y que nos ayudan a tener un mejor acercamiento a
los designios profundos del corazón de Dios. Esta
expresión novedosa para la teología trajo consigo
un proceso de renovación teológica para la Iglesia,
que se verá reflejado en el período postconciliar,
particularmente en la reflexión eclesial de la Iglesia
latinoamericana con el aporte novedoso del pobre como
“signo de los tiempos”
La expresión “signos de los tiempos” en la
Gaudiumet Spes, implica, por lo tanto, un
cambio y una nueva mentalidad en la concepción de las
realidades humano – temporales y el rol de la Iglesia
frente a éstas. Esto permitirá abordar los
acontecimientos humanos como un punto o lugar de encuentro entre
Dios y el hombre,
entre lo humano y lo divino, lo inmanente y lo trascendente, lo
natural y lo sobrenatural; y poder afirmar
que los “signos de los tiempos” son todas aquellas
situaciones, experiencias, acontecimientos, personas, etc, que
fungen como mediaciones, en donde Dios se manifiesta al ser
humano.
Los “signos de los tiempos” reclaman su sentido e
importancia, desde una lectura de fe,
como medios humanos
de la manifestación y presencia de Dios en las
categorías espacio – temporales.
Determinar, por lo tanto, cuáles son esos
“signos”, en el planteamiento de la Gaudium
et Spes; su significado, vigencia y actualidad,
porqué el Concilio los aborda y cómo los aborda; es
de imprescindible importancia para una adecuada
interpretación, discernimiento y estudio de los medios
humanos actuales a través de los cuales Dios sigue
revelándose de manera dinámica al ser humano, y
poder, además, clarificar el papel pastoral de la Iglesia
ante esta realidad.
Es por ello que a través del presente trabajo se
pretende investigar qué se entiende por “signos de
los tiempos” en el documento Gaudium et Spes del
Concilio Vaticano II. Y al responder a esta pregunta, se pretende
conocer también el sentido aplicado a este término
en el contexto del Concilio Vaticano II, concretamente en su
convocatoria, en el documento mismo de la
Constitución Pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual y el desarrollo
postconciliar de estas enseñanzas. Esto
permitirá concluir en algunas implicaciones actuales para
la teología y la Iglesia, sobretodo latinoamericana, el
significado e importancia de esta expresión para la
reflexión teológica en general y el papel de la
Iglesia frente a estos signos.
La investigación presente está dividida en tres
partes fundamentales enlazadas entre sí, que conducen la
reflexión hacia el estudio del documento conciliar.
Primeramente se pretende abordar el origen y fundamento
bíblico, histórico y teológico del concepto
“signo de los tiempos”. El fundamento bíblico
se concreta en la expresión evangélica “signo
de los tiempos”, el contexto histórico, su sentido
bíblico – teológico. El fundamento
histórico de la expresión “signos de los
tiempos” parte primero del concepto “lugar
teológico” expresado por los teólogos en la
Edad Media y
Moderna, entre ellos Melchor Cano (1479 – 1560), para
plantear luego la evolución de este concepto en la
teología sistemática, en la reflexión de la
Iglesia y su quehacer pastoral hasta enlazarlo al Concilio
Vaticano II y sus aplicaciones en Latinoamérica, donde se
palpa la evolución teológica de esta
expresión. Y el fundamento teológico que se basa en
las características principales de los “signos de
los tiempos” y los principales criterios de
interpretación y discernimiento.
En segundo lugar, se describe qué se entiende por
“signos de los tiempos”, en el contexto del Concilio
Vaticano II y el documento conciliar Gaudium et Spes. En
el contexto del Concilio, se explica cuál era el sentido
de la expresión en la época en que fue escrito el
documento conciliar y las motivaciones socio-políticas que
influyeron de alguna manera. En el documento Gaudium et
Spes, se aborda ampliamente el sentido de la
expresión en cada uno de los temas que trata la
constitución.
Por último, se describe una síntesis de toda la
investigación elaborada. Se analiza la importancia de esta
expresión y del documento Gaudium et Spes, la
reflexión eclesial que hace América Latina sobre el
concepto “signos de los tiempos” en los pobres, y
algunas implicaciones actuales para la reflexión
teológica, la Iglesia y el mundo sobre esta
expresión.
Gaudium et Spes, representa por tanto, una novedad
para la teología de la Iglesia y su quehacer pastoral,
puesto que será el documento que abrirá las puertas
de la Iglesia al diálogo con todos aquellos movimientos,
situaciones y procesos de
cambio (signo de los tiempos) que está viviendo la
sociedad moderna, y preparará el panorama o la plataforma
para una urgente respuesta pastoral a estas nuevas
situaciones.
MARCO TEÓRICO
CAPÍTULO I:
Fundamento
bíblico, histórico y teológico de los
“signos de los tiempos”
Se presentan algunos elementos básicos del concepto
“signos de los tiempos”, desde la perspectiva
bíblica, histórica y teológica, con el fin
de lograr una ubicación contextual y teórica del
tema, antes de su profundización en el Concilio Vaticano
II, concretamente en el documento de la Gaudium et
Spes.
1.1 – Fundamento bíblico: La
expresión “Signos de los tiempos” en los
evangelios.
Conocer el sentido evangélico de los “signos de
los tiempos” es de gran importancia en el proceso de su
estudio e investigación, ya que el creyente tiene
necesidad de escrutar constantemente el mundo en que vive, a la
luz de iluminación bíblica –
teológica, para poder comprender ante todo las expresiones
positivas o negativas que se dan en él y verificar las
orientaciones que asume, para poder, así, influir en
él con la fuerza
provocadora del evangelio.
El “Diccionario
Teológico Enciclopédico” de la Editorial
Verbo Divino[1], sobre los
“signos de los tiempos” nos dice que “son
todos los acontecimientos históricos que logran crear un
consenso universal y que permiten la comprensión de las
etapas fundamentales de la historia de la
humanidad”
Esta expresión aparece por primera vez en Mateo 16, 1 –
4 (Lc. 12, 54 – 56) donde Jesús invita a la
perspicacia y a la atención constante al Reino de Dios.
Encontramos aquí la referencia bíblica. Los
fariseos y saduceos piden a Jesús señales para
comprobar que el Reino ha llegado. Jesús se niega a
satisfacerlo porque basta con ver los signos (palabras y obras
salvíficas) que él ha realizado, para enterarse que
los tiempos están cambiando, así como basta para
saber que se avecina un cambio metereológico con los
cambios atmosféricos.
Los fariseos y saduceos de forma racionalista exigen un signo
celeste como legitimación de quien se presenta como
Mesías. Jesús responde con un juego
ingenioso. Los signos atmosféricos naturales del cielo los
interpretan sin dificultad; los signos terrestres, las coyunturas
decisivas de la historia no las saben Interpretar. Eso que en
Jesús están patentes. Pues que se atengan al signo
definitivo de Jonás (muerte y
resurrección)
Analizando las figuras y personajes utilizados en este
capítulo, se puede encontrar el sentido bíblico
aplicado a los “signos” y señales de los
tiempos. Por ejemplo, los “fariseos y saduceos”,
representan una extraña combinación de dos partidos
hostiles. Los saduceos ya habían dejado de existir en los
tiempos de mateo, por lo que los dos hombres juntos simbolizan el
liderazgo
judío en oposición a Jesús. El “buen
tiempo”
representa el discernimiento agrícola sobre el clima, el cual
debería ser un modelo para el
discernimiento sobre la acción de Dios en la historia a
través de su agente Jesús. Los “signos de los
tiempos” representan los indicios de la voluntad de Dios en
cada época, a los cuales, deben estar atentos los
creyentes. El dicho es una invitación a la
hermenéutica de la historia y un desafío permanente
para la Iglesia.
En Mt. 16, 3 se puede identificar el contexto histórico
y político en el que Jesús se mueve y enuncia la
expresión “signos de los tiempos”. El contexto
es la lucha de las autoridades contra Jesús. Las
autoridades esperan la llegada de un Mesías que les
confirme en el poder y en sus privilegios. Jesús denuncia
que estas autoridades no saben reconocer los “signos de los
tiempos”. ¿De qué tiempos se trata?. De los
tiempos mesiánicos.
Jesús anuncia la llegada del reino de Dios. Los
“signos de los tiempos” muestran que el tiempo de los
dirigentes, y todo su sistema
religioso, ha acabado. No hay espacio ya para ese sistema que
ellos quieren mantener porque les asegura el poder.
Jesús conoció dos tiempos radicalmente opuestos.
El tiempo del sistema religioso dominante y el tiempo del reino
de Dios. Para Jesús, los tiempos nuevos no son el fin del mundo.
Los tiempos nuevos son los tiempos que nos separan del fin del
mundo y en los cuales el camino de Jesús sustituye a la
ley que las
autoridades convirtieron en poder y privilegio.
Marcos 13, 1 – 23 enumera las señales a partir de
las cuales creía el judaísmo tardío que se
podía predecir el fin del mundo. Las guerras,
terremotos y
hambres son considerados como los gemidos, que cómo un
parto,
introducen el fin del mundo. Este capítulo constituye el
más difícil del libro de
Marcos, el llamado discurso
escatológico. Difícil porque habla de sucesos
futuros apenas conocidos en su desenvolvimiento. Difícil
porque se refiere a tiempos de crisis,
confusos por su naturaleza y
porque emplea imágenes y un lenguaje ya
marcado por las alusiones enigmáticas. Pero Jesús
advierte frente a estos cálculos humanos que sólo
Dios conoce el tiempo y la hora. Las señales sólo
indican que el mundo va de mal en peor y que un día
terminará tanta maldad.
En este “discurso final” Jesús predice la
destrucción del templo, se narran una serie de
acontecimientos que son futuros desde la perspectiva de
Jesús pero, al menos en parte, actuales para la comunidad
marcana (13, 5-13). Posteriormente describe la gran
tribulación (13, 14-23). Los especialistas han asumido que
tras Mc. 13 habría un breve Apocalipsis judío o
judeocristiano que fue redactado y ampliado por Marcos o uno de
sus predecesores y colocado en boca de Jesús (aunque pueda
contener algunos dichos originales).
Dada la diversidad de teorías expuestas sobre el origen
y desarrollo del texto, lo
mejor es afrontarlo tal y como ahora se encuentra y tratar de
analizar qué pudo sugerirle a la comunidad marcana. Con
este discurso, Marcos quería disminuir el miedo
escatológico e inculcar la resistencia
paciente ante los cataclismos cósmicos y las
persecuciones. Advierte sobre la necesidad de la
persecución y del sufrimiento, al tiempo que da fuerzas a
la comunidad para que afronte los horrores que el futuro pueda
deparar con la firme convicción de que el culmen de la
historia humana los constituye la llegada del hijo del hombre y del
reino de Dios.
Así mismo, del Mesías se esperaba una
señal infalible del cielo que lo confirmara como un
enviado de Dios. En Marcos 8, 12 Jesús rechaza la
petición de los fariseos que reclaman esta señal de
credibilidad. Su “signo de los tiempos” es el
establecimiento del reino de Dios, cuya presencia será
anunciada a su vez por señales hechas por Jesús. El
mensaje en este pasaje bíblico confirma que quien cierra
de antemano su fe a una conversión, está igualmente
ciego a estas señales. Para entenderlas se exige una fe
abierta, que espera un Mesías tal como Dios lo
envía y no tal como los criterios humanos lo esperan, en
el caso del pueblo de Israel, un
libertador político.
En Mateo 11, 5 presenta cómo los hechos poderosos y la
predicación de Jesús son las señales que,
unidas, muestran la presencia del reino de Dios. Hechos,
palabras, testimonio, la vida de Jesús, se complementan
mutuamente para constituirse en signo. Aunque no aparece la
expresión “signo de los tiempos” las obras
salvíficas de Jesús se constituyen como tales.
En algunas comunidades primitivas preocupó la
cuestión sobre el puesto de Juan el Bautista respecto a
Jesús. Juan hace la pregunta para que sus
discípulos reciban la respuesta. La pregunta es nada menos
que sobre el Mesías esperado, “el que ha de
venir” (Mal. 3,1) Jesús responde primero sobre
su persona y
misión, apuntando a los milagros realizados, en los que
resuena un eco de profecías del Antiguo
Testamento (Is. 35, 5-6; 61,1) En otros términos, el
cumplimiento de las profecías mesiánicas confirma
su misión. La bienaventuranza, vuelta en forma positiva,
felicita a quien lo recibe como Mesías. Tropezar es
sentirse defraudado por él y no reconocerlo como
Mesías. Este mensaje es dirigido en primer término
para los judíos y en segunda instancia para los paganos
convertidos.
Este sentido bíblico, en sus diversas facetas y
expresiones, se ha ampliado para significar que por los
“signos de los tiempos” podemos conocer la voluntad
de Dios que se ha revelado y sigue revelándose a
través de los acontecimientos históricos para poder
responderle.
1.2 – Fundamento Histórico.
1.2.1 – El concepto “lugar
teológico”: antecedentes
históricos.
Melchor Cano, teólogo católico de la
época renacentista (1479 – 1560), es el primero en
presentar la doctrina de los lugares teológicos
de una forma sistemática, en el contexto de la Reforma,
como una confrontación contra Martín Lutero,
buscando respuestas sobre las verdaderas fuentes de la
revelación. Para Cano, los lugares teológicos se
constituyen en campos de documentación en los que el
teólogo descubre la evidencia en apoyo de doctrinas que
deben articularse y fundamentarse o en refutar doctrinas
rechazadas como heterodoxas.
Por lo tanto, en la teología católica se
entenderá como lugares teológicos, las fuentes del
conocimiento
teológico, Es decir, los sitios de donde el teólogo
católico obtendrá el material necesario para
sostener las doctrinas que deben aceptarse y rechazar las que
deben refutarse. Tradicionalmente estas fuentes han sido la
Escritura, la
Tradición, el Magisterio, etc.
Anteriormente a M. Cano, Sto. Tomás de Aquino (1225
– 1274), en el contexto del medioevo, había
señalado algunas fuentes teológicas entre las
cuales, figuraba como principal e importante, la Sagrada
Escritura, como fuente material y concreta de la
revelación de Dios en el contexto de la Iglesia. Dicho
estudio será enriquecido con el aporte de Melchor Cano
(1479 – 1560) con su tratado de los “locis
theologicis”. El gran aporte y novedad de Cano,
será considerar la historia humana como lugar
teológico.
A continuación un recuadro que ilustra muy bien la
jerarquía de los diferentes lugares teológicos en
la mentalidad de Tomás de Aquino y Melchor Cano:
Hoy se ha ampliado esta expresión aplicándola no
sólo a las fuentes del conocimiento teológico, sino
a todos aquellos lugares, situaciones, experiencias,
acontecimientos en donde Dios se manifiesta al ser humano,
constituyéndose en puntos de encuentro entre Dios y el
hombre. De hecho, en nuestro actual siglo XXI, pueden
identificarse acontecimientos relevantes que constituyen
“signos de los tiempos” y que nos indican que la
historia humana sigue evolucionando y que la presencia de Dios
sigue vigente en esos signos. Sobre este punto se
profundizará un poco más en el apartado 3.3 de esta
investigación. Es importante señalar que el
planteamiento de Santo Tomás de Aquino, no pierde
relevancia teológica ante el surgimiento de nuevos lugares
teológicos, es decir, la Sagrada Escritura sigue siendo
fuente principal del conocimiento teológico, y todos los
nuevos lugares teológicos han de ser iluminados,
interpretados y comprendidos a la luz de ésta, para una
adecuada interpretación de la voluntad de Dios.
1.2.2 – “Signos de los tiempos”, como
lugares teológicos: hacia nuevos matices.
Durante mucho tiempo, la Sagrada Escritura, fuente primaria y
principal de la revelación, fue considerada como lugar
teológico por excelencia, y le seguía la
Tradición de la Iglesia. Cabe recordar aquí que
para la Iglesia y la teología actual, tanto la
Tradición, como el Magisterio no están por encima
ni a la par de la Sagrada Escritura, sino a su servicio, para
garantizar la fiel transmisión y comprensión de la
revelación.
Pues bien, con el aporte nuevo de M. Cano sobre la
“historia humana” como un lugar más de la
manifestación de Dios, se abrieron nuevos horizontes en el
estudio de la teología que conllevaron una apertura hacia
nuevos temas, nuevas realidades que poco a poco fueron atrayendo
la atención de la doctrina de la Iglesia en su
evolución y desarrollo histórico, desde la doctrina
medieval – con Trento – hasta la contemporánea
– con el Vaticano II – que será cuando se
enriquezca con una nueva perspectiva y lectura de la
manifestación de Dios en la realidad. Es importante
recalcar que todos estos nuevos “lugares
teológicos” son importantes, siempre y cuando
estén iluminados por la Sagrada Escritura. La Escritura y
la Tradición no pierden su valor e
importancia como fuentes de la teología.
Por tanto, en el contexto del Concilio Vaticano II, fue cuando
se rescató y se incorporó a la teología
contemporánea la expresión “signos de los
tiempos”, ya utilizada por Jesús y expresada en
los evangelios, pero actualizada en el magisterio por el Papa
Juan XXIII que fue quien convocó al mismo Concilio. El
Papa expresa lo siguiente:
“Siguiendo la recomendación de Jesús
cuando nos exhorta a distinguir claramente los signos de los
tiempos (Mt. 16, 3), nos creemos vislumbrar, en medio de tantas
tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas de
tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad”
(Humanae Salutis 25.12.61).
En este contexto el concepto “lugar
teológico” adquirió otro matiz, permitiendo
ser ampliada su definición a otras realidades y
situaciones del mundo, que abarcan problemáticas actuales
de las sociedades
modernas y el nuevo hombre contemporáneo. Esta
ampliación del concepto lugar teológico, y la
concepción de los “signos de los tiempos” como
nuevos lugares teológicos representó en este
contexto la novedad doctrinal de la teología moderna,
potenciada por el Concilio Vaticano II.
El período post – conciliar, la teología y
la doctrina del Magisterio seguirán aprovechando como
recurso de su reflexión esta expresión, lo que
permitió, no sólo su consolidación como tema
fundamental del quehacer teológico, sino su
maduración hacia nuevas tendencias y realidades.
Pablo VI, por ejemplo, quiso que los “signos de los
tiempos” fuese un tema clave en su magisterio:
“Lo seguiremos recordando como estímulo para la
siempre renaciente vitalidad de la Iglesia, para su siempre
vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos y para
su siempre joven agilidad de probarlo todo y apropiarse de lo que
es bueno (cf. 1 Tim. 5.21) siempre y en todas las
partes” (Ecclesiam Suam 06.08.64).
La evolución del concepto “signo de los
tiempos” llegó a desarrollarse de forma tan amplia
que para la Iglesia se constituyó en un fenómeno,
que, a causa de su generalización y gran frecuencia,
caracteriza una época y expresa las necesidades y
aspiraciones más profundas de la humanidad presente, a las
que la Iglesia tiene el deber de acompañar, interpretar y
ofrecer posibles respuestas. Por consiguiente, el creyente debe
esforzarse en interpretar teológicamente los rasgos del
mundo actual para escuchar a través de ellos la voz de
Dios, ya sea para aprobarlos o denunciarlos.
Estas aspiraciones y anhelos profundos de la humanidad fueron
tomando forma en diferentes ambientes y contextos, respondiendo a
diferentes procesos históricos. De esta manera,
aparecieron en algunos sectores de la Iglesia, posturas,
impulsos, movimientos algunos más de vanguardia que
otros, y algunos acompañados por ciertas tendencias hasta
ideológicas, que no hacían más que reflejar
la vigencia y actualidad del tema.
En ese sentido y relacionado con las aspiraciones de las
diferentes realidades de cada comunidad cristiana en el mundo,
aparece el tema de los “pobres” como un “signo
de los tiempos” de vital importancia para la Iglesia. El
tema de los pobres es connatural a la identidad de
la Iglesia y más aún del cristianismo, desde los
orígenes de las primitivas comunidades cristianas, que ya
concebían al pobre como destinatario de su misión.
La opción por el pobre es inherente a la misión de
la Iglesia.
El tema de los pobres ocupa un lugar privilegiado en la
interpretación de los nuevos lugares. Dios se manifiesta
de forma inmanente, desde su realidad trascendental, en
realidades concretas y humanas, siendo el hombre mismo, un medio
de manifestación fundamental. Para la fe cristiana, los
pobres, constituyen un lugar teológico fundamental.
Dios apuesta por los pobres y sencillos, como nos lo presenta
el Antiguo Testamento en la relación del pueblo de Israel
con Yavé. Siendo su naturaleza el amor, se ha
de manifestar hacia los excluidos y los débiles. El pobre
no es un lugar teológico en el sentido teofánico de
una teología victoriosa (“teologia
gloriae”), sino en el sentido de una teología
de la cruz.[2] Nos lo confirmaba ya
Pablo en su carta los
corintios:
“El lenguaje de
la cruz no deja de ser locura para los que se pierden… Dios ha
elegido lo que el mundo tiene por necio, con el fin de avergonzar
a los sabios; y ha escondido lo que el mundo tiene por
débil, para avergonzar a los fuertes” (Cf. 1
Cor. 1, 18-30).
La teología de la cruz no tiene nada que ver con la
práctica del sacrificio, la abnegación o la
ascética, sino que tiene que ver simplemente con el
conocimiento de Dios. Sostiene que al verdadero Dios, no se
le conoce por la vía epifánica de la
demostración racional, sino que sólo se le reconoce
por la vía inesperada de la escucha obediente, de lo
sencillo, lo débil, lo humano, lo pequeño.
Es preciso reconocer que ante la verdad teológica de
una manifestación de Dios en lo sencillo y lo
débil, no tiene cabida el afán de un conocimiento
curioso, racional y orgulloso de Dios, en realidades
sobrenaturales, magnánimas y portentosas, que van a dar
siempre a un ídolo. Se ha de afirmar, por tanto, que la
teología de la cruz no es un camino único, pero
sí un criterio negativo permanente para el conocimiento de
Dios.
Negativo en el sentido que define a Dios como lo totalmente
opuesto a los criterios y esquemas del hombre. El pobre no es un
lugar teológico porque “convence” o
“hace ver”, sino porque “desinstala”,
“hace creer” y “obedecer”. Es decir, la
persona concreta del pobre, es un signo de la
manifestación del designio amoroso de Dios por los
más débiles, no porque sea la forma
teológica más racional y lógica de conocer a
Dios, sino porque es una realidad que cuestiona, rompe esquemas,
denuncia estructuras,
contradice falsos argumentos y desestabiliza el “statu
quo” de los poderosos de este mundo. Y Dios, se manifiesta
en esta denuncia profética realizada en el pobre.
Esta fue la denuncia profética de Jesús de
Nazareth, contra las autoridades judías de su
época, que sirviéndose de un sistema religioso
– político sometían al pueblo de Israel, para
asegurar su instalación y comodidad política. Este
es el Dios que predicó Jesús, un Dios que se hace
presente y real en el sufrimiento humano y hace de este lugar
teológico un signo y anuncio de esperanza y
salvación. En Jesús mismo se cumple por excelencia
la teología de la cruz con el sacrificio mismo del
calvario. La cristología (misterio de Cristo)
explicará cómo este misterio de la redención
rompe los esquemas mesiánicos del pueblo de Israel que
esperando un Mesías victorioso y triunfador desde las
armas, la
imposición, la política y el poder; se topan con un
Mesías que salva desde el dolor, el fracaso, el
sufrimiento y la muerte.
Los pobres son un lugar teológico porque llevan a cabo
la destrucción de muchos falsos “lugares
teológicos” que son inconsistentes y con los que el
hombre se enreda. Entender al pobre como lugar teológico,
puede ayudarnos a romper nuestros mecanismos de defensa ante
Dios.
Pueden crearle a la Iglesia una sacudida ante sus posturas y
comportamientos clericales y jerárquicos. Posturas y
posiciones que no responden a las necesidades pastorales de una
Iglesia “Pueblo de Dios” que hoy necesita
con urgencia el modelo eclesial de una vivencia de Iglesia de
comunión; necesidad pastoral que se constituye en
sí misma un “signo de nuestro tiempo”.
De hecho, la posición clerical no es coherente con el
modelo y espíritu de las comunidades cristianas
primitivas, que respondían a los preceptos
evangélicos de la autoridad
entendida como servicio (Cf. Mc. 9, 35) ni mucho menos coherente
con el evangelio y mensaje del Jesús histórico, que
invita a anunciar y vivir el mensaje del reino y la buena nueva,
conviviendo, compartiendo “de dos en dos”, en
comunidad (Mc. 6,7)
Los pobres pueden llevarnos a la destrucción de las
falsificaciones idolátricas. Sobre esto, el evangelio de
Juan nos lo confirma, cuando denuncia el falso lugar en que
están instalados los judíos o fariseos (el imperio romano) y
que les garantiza su carácter de beneficiados. Este falso
lugar les impide reconocer a Dios, ya sea en el paralítico
que camina, o en el pueblo que se alimenta, o en el ciego que
recobra la luz, o hasta en el muerto que vuelve a la vida.
El elemento revelador no está, pues, en la entidad del
pobre, sino en lo que a través del pobre me dice y me
comunica Dios, que al revelarse, escoge lo débil del mundo
para confundir a lo fuerte.
Esta reflexión del pobre como “signo de los
tiempos” terminará siendo producto de la
maduración y evolución de este concepto en el
período post-conciliar, concretamente en América
Latina, donde la reflexión teológica, pastoral y
doctrinal de la Iglesia en esta región, enfatizará
como matiz particular al pobre, como un “signo de los
tiempos” urgente y actual. Esta reflexión
eclesiológica latinoamericana sobre el pobre se
seguirá desarrollando más ampliamente en el
capítulo tercero de esta investigación, en el
apartado 3.2 sobre la respuesta de la Iglesia latinoamericana a
la reflexión de los “signos de los
tiempos”
1.3 – Fundamento Teológico.
Podemos afirmar que todo “signo de los tiempos”,
interpretado como acontecimiento o señal por medio de la
cual Dios se manifiesta al ser humano, es un lugar
teológico, en el sentido, de que se convierte en un punto
o lugar de encuentro entre Dios y el hombre, entre los
trascendente y lo inmanente, lo teológico y lo
antropológico, lo divino y lo humano.
Dios es Señor de la historia. La historia no es ajena o
externa a Dios, no es el escenario donde actúa o el ropaje
con el que se viste pasajeramente. Dios es afectado por la
historia positivamente o negativamente, glorificado o afrentado.
Esto significa que los seres humanos, están llamados a
responderle a Dios en la historia, contribuyendo a su
señorío (reino de Dios). Dios nos confía el
sentido de la historia y lo pone en nuestras
manos.[3]
Dios se ha revelado a la historia a través de su hijo
Jesucristo, punto culmen de la revelación. Cristo es la
recapitulación de la historia, que la hace avanzar hacia
su consumación. La reconciliación de los hombres
con Dios ya iniciada, aspira a encontrar en Cristo una
dimensión cada vez más espacio – temporal.
(Rom. 8, 8; Col 1, 15 – 20; LG 6, 4.5; GS 39.2). En Cristo
Dios ha dado a conocer lo que es él en sí mismo, su
realidad trascendente a su presencia inmanente. Pero Dios
continúa presente en la historia, porque es un Dios
dinámico, no estático. Dios sigue interpelando la
historia y acompaña a la humanidad en su recorrido por la
existencia terrena. No existe divorcio entre
la historia humana y la historia de salvación, sino que se
integran una con la otra para responder al plan de Dios.
Dios se comunica a través de muchos canales y medios,
no se reduce a la Sagrada Escritura, sino también a
través del Espíritu, que se hace manifiesto en
cualquier realidad humana (signos y manifestaciones de todos los
tiempos).
El Espíritu de Dios, que se revela a la humanidad, lo
hace normalmente a través de medios humanos, naturales,
concretos, visibles y tangibles, para adecuarse a nuestras
categorías espacio –temporales, sin perder el
misterio y simbolismo que le hace ser “signo” de una
realidad escondida o un significado encerrado, como la
definición de los sacramentos, signos visibles de una
realidad invisible.
Este mismo Espíritu de Dios, suscita en el hombre mismo
las luces y los dones pertinentes para una adecuada
interpretación de ese signo y de la voluntad o designio de
Dios, oculto en el mismo. La Iglesia, entendida en toda su
extensión como pueblo de Dios, pero también y
particularmente desde su magisterio, tiene la capacidad y
potestad dada por Dios para interpretar o al menos aproximarse a
una lectura de fe de estos signos, como lo expresa la
Gaudium et Spes:
“Para cumplir esta misión es deber permanente
de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e
interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que,
acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia
responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el
sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua
relación de ambas” (GS. 4).
1.3.1 –Criterios de interpretación y
características de los “signos de los
tiempos”.
Los “signos de los tiempos” requieren una lectura
competente y precisa, ya que marcan etapas importantes de la
historia de la humanidad y, por consiguiente de la historia de la
salvación. Con esta intención, la Iglesia pide
ayuda a los hombres de su tiempo, creyentes y no creyentes, para
que le hagan comprender las verdaderas esperanzas y expectativas
de la humanidad.
A través de los “signos de los tiempos” es
más fácil tener una visión de la historia y
del hombre; en efecto, esos signos indican que en cada uno de los
hombres existen gérmenes de vida que mueven hacia un
cambio positivo y tienden hacia un fin común.
La iglesia está llamada a desarrollar plenamente su
actividad profética. Leyendo los signos, ella se
compromete, ya que está llamada a recordar el juicio de
Dios sobre estos acontecimientos. La Iglesia está llamada
a escrutar los “signos de los tiempos”; esto le
permite situarse en el mundo con la atención de quien sabe
anticipar el futuro, pero velando siempre sobre el
presente.[4] La finalidad de la
interpretación de los “signos de los tiempos”
la indica el Concilio.
“Para que (la Iglesia) pueda responder en modo
acomodado a cada generación, a los perennes interrogantes
del hombre sobre el sentido de la vida presente y de la futura y
sobre su mutua relación” (GS. 4)
El Concilio habla de la necesidad de comprender y conocer el
mundo en que vivimos, sus aspiraciones, esperanzas y el
dramatismo que con frecuencia lo caracteriza. Es así como
hechos históricos humanos se convierten en signos de la
voluntad divina. El signo es signo en cuanto significa, en cuanto
quiere decir algo.
Los cristianos en virtud de la vigilancia, tienen la tarea de
crear nuevos signos, para que se haga cada vez más
evidente la victoria sobre el bien y el mal. No
debe caerse en la inflación del uso de la expresión
“signos de los tiempos”, sino que debe utilizarse
para hechos que constituyan realmente historia.
Siempre que se proponen los “signos de los
tiempos”, éstos necesitan un real discernimiento
para verificar si son verdaderamente “signos para nuestro
tiempo”. El discernimiento debería llevarse a cabo
recordando que afectan a todos los hombres, tanto creyentes como
no creyentes.
¿Cómo sabremos interpretarlos, leer en ellos la
voluntad de Dios sobre nosotros, el significado que quiere Dios
que leamos en ellos? Será necesario, por tanto, que para
que los tiempos puedan ser signos de la voluntad de Dios sobre
los hombres, se encuentre el modo de leer esos acontecimientos,
poniendo en relación tales situaciones, en si mismas
cambiantes y fluidas con los deseos de Dios. Sólo
así podrá encontrar en ellos, el discerniente, la
voluntad divina de que actúe en un determinado
sentido.
Sólo una intuición religiosa profunda, en
sintonía con los designios de Dios sobre la humanidad,
será capaz de descubrir más allá de la
superficie de la historia y de los movimientos de moda, las
exigencias profundas de la acción del Espíritu.
Algunos problemas que
plantea la interpretación de los “signos de los
tiempos” tocan la cuestión de que el significado del
signo depende de la voluntad del que lo pone con intención
de significar algo y la inteligencia
de ese significado depende de la capacidad de interpretar el
signo en el que lo recibe. Las mismas cosas o situaciones son
leídas con interpretaciones muy diferentes según la
mentalidad de quien las capta e interpreta.
La percepción es selectiva, según la experiencia
y cultura de quien la tiene. La interpretación que puede
dar cada uno depende mucho del concepto general que se tenga del
hombre, de sus deseos, pasiones, tendencias políticas.
La relación positiva o negativa de los hechos o deseos
más extendidos en la época con el designio divino
sólo podrá captarla quien conoce este
último. Es por ello que se presentan a continuación
algunos criterios de análisis que pueden ayudar a
definir los “signos de los tiempos”. Estos criterios
descritos son planteados por Ángel García Zamorano,
catedrático del curso de teología
fundamental[5]:
a) Interpretados a la luz de la Palabra de Dios,
Tradición y Magisterio.
Tener en cuenta la Palabra de Dios, como punto de referencia y
marco de orientación fundamental. Para que este
discernimiento tenga cierta garantía es necesario la
relación o conexión con la revelación
fundacional. Hay que juzgar su sentido y orientación en
relación a los planes que Dios tiene para la humanidad.
Cualquier búsqueda de la presencia de Dios o
revelación, no puede prescindir, de forma particular, del
hecho – Jesús, que es la definitiva
autocomunicación de Dios y referencia imprescindible para
todo discernimiento teológico. Desvelar los signos a la
luz de la Palabra de Dios, nos puede llevar a ver en ellos la
oportunidad salvadora de Dios.
También la Tradición y el Magisterio de la
Iglesia deben servir como fuentes imprescindibles de consulta
para un adecuado discernimiento de los “signos de los
tiempos”. La Tradición y el Magisterio deben estar
al servicio de la Sagrada Escritura, fuente primera de la
revelación, pero estrechamente ligadas entre sí
para garantizar un mismo fin, preservar el depósito de
todo lo revelado. Sobre esto, la Constitución
Dogmática Dei Verbum, sobre la divina
revelación, del Concilio Vaticano II expresa lo
siguiente:
“La Tradición y la Escritura están
estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente,
se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La
Tradición recibe la Palabra de Dios encomendada por Cristo
y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite
íntegra a los sucesores, para que ellos iluminados por el
Espíritu de verdad, la conserven, la expongan y la
difundan fielmente a su predicación …” (DV.
9).
“La Tradición y la Escritura constituyen el
depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la
Iglesia… El oficio de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo
al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre
de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la
Palabra de Dios, sino a su servicio… Así, pues, la
Tradición, la Escritura y el Magisterio de la
Iglesia…están unidos y ligados, de modo que ninguno
puede subsistir sin los otros…” (DV. 10).
b) Conocimiento profundo de la realidad y época
actual.
El conocimiento profundo de la realidad es lo que da autoridad
a todo discernimiento sobre la presencia de Dios en ella y tener
sensibilidad e intuición a lo que en ella hay de
extraordinario.
Generalmente, se referirán a acontecimientos
históricos colectivos, que engloban a todo un ciclo de la
vida colectiva y se presentan como una serie de deseos, denuncias
en contra del “orden establecido”, entiéndase
aquí “orden establecido” como aquellas
estructuras sociales implantadas por el hombre mismo, que no
permiten el desarrollo humano pleno de una mayoría
oprimida por una minoría beneficiada por estas
estructuras, puesto que están pensadas o establecidas en
función de los intereses y necesidades de este sector.
El conocimiento de esta realidad humana, con fundamento
científico, estadístico, informativo, etc., es
imprescindible para una adecuada comprensión e
interpretación de todo “signo de nuestro
tiempo”.
c) Interpretación de la presencia de Dios como una
cuestionante y no como solución.
Lo que se rastrea como presencia de Dios son cuestiones y no
soluciones, muchas veces. Más que respuestas, los signos
dejan preguntas que lleven a otras preguntas. Y en la
búsqueda de la respuesta y la verdad, podremos descubrir
la voluntad divina. Dios provoca a la acción, a la
libertad del
hombre. Supongamos que el hambre en el mundo es un “signo
de los tiempos”. Se puede leer como el Dios interpelante.
¿Qué haces por tu hermano? Es un Dios que no da
solución, pero que invita a la libertad del hombre.
d) Discernimiento comunitario – eclesial.
Hacer el análisis en diálogo con los
demás. Es la dimensión comunitaria y fraternal que
impide ser monopolizador de la verdad y exige humildad en el
servicio a esa verdad de la que nadie es propietario. Toda la
Iglesia en su dimensión de “Pueblo de
Dios” está invitada y capacitada a discernir
los signos, gracias al soplo del Espíritu. Ese
discernimiento es oficializado por el Magisterio de la
Iglesia.
e) Expresan riesgo en dos
niveles:
e.1) En su lectura: Los signos son ambiguos por ser
la “frontera” de lo humano y lo divino. Entre lo
sobrenatural y lo terreno, lo sociopolítico,
económico, etc.
e.2) En su respuesta práctica: Los
“signos de los tiempos” invitan a la praxis, es
decir, a abandonar la pasividad y actuar para hacer crecer los
valores
humanos. Se corre el riesgo de que las respuesta dada a los
signos esté contaminada de intereses particulares de la
fuente de interpretación, sean ideológicos,
doctrinales, sociológicos, etc. Los signos deben
caracterizarse por la capacidad del cambio, es decir, que ayuden
a modificar la sociedad de acuerdo al plan de Dios.
f) Búsqueda del bien común y la
construcción del reino de Dios.
Las conclusiones obtenidas de una adecuada
interpretación y lectura de los “signos de los
tiempos” deben favorecer la búsqueda del bien
común y por consiguiente la construcción del reino
de Dios. Una edificación que se ha de reflejar en los valores
mismos del reino que encierran y a los que llaman los
“signos de los tiempos”: fraternidad, solidaridad,
ecumenismo, sensibilidad social y ecológica, justicia,
amor, paz,
etc.
Los tiempos se convierten en signos de una llamada divina a la
conversión. Quien discierne se sentirá llamado a
abordar y comunicarse salvíficamente con su mundo. Los
“signos de los tiempos” son así ocasión
e instrumento de llamada divina tanto en el plano personal como en
el social o eclesial. Cada persona puede advertir, precisamente
en la historia y sus acontecimientos y aspiraciones profundas, la
llamada de Dios a asimilar determinadas actitudes
evangélicas.
CAPÍTULO II:
La expresión
“signos de los tiempos” en el Concilio Vaticano
II
Se presenta el sentido de “signos de los tiempos”
en la reflexión teológica, del Vaticano II y el
contexto desarrollado a partir de éste. Se aborda el
significado de la expresión “signo de los
tiempos” utilizada por primera vez por Juan XIII en algunos
de sus escritos, por ejemplo el documento “Pacem in
Terris” (11. 04) como una nueva forma de
interpretación de las manifestaciones de Dios en las
mediaciones humanas, particularmente la historia.
Se aborda ampliamente el sentido de la expresión
“signos de los tiempos” en el documento conciliar
“Gaudium et Spes” desde el análisis
de sus dos capítulos, títulos y subtítulos.
Este análisis toma como punto de partida tres posibles
planteamientos: ¿Qué se entiende por “signos
de los tiempos”? Descripción de posibles
“signos de los tiempos, según el documento y
¿Qué respuesta, postura o actitud ofrece la Iglesia
ante la realidad analizada?
2.1 – La expresión “signos de los
tiempos” en los inicios del Concilio Vaticano II:
ubicación contextual.
En el apartado 1.2.1 que trata sobre el fundamento
histórico de la reflexión teológica sobre
los “signos de los tiempos”, se especifican los
nuevos matices hacia donde se están dirigiendo las nuevas
interpretaciones de los “signos de los tiempos”
actuales. En ese desarrollo histórico del concepto, se
presenta un acercamiento a la evolución y
maduración de la expresión “signo de los
tiempos” en el contexto de la teología
contemporánea, específicamente la reflexión
teológica nacida tras el Concilio Vaticano II. Siguiendo
con este análisis evolutivo de este concepto, hasta su
abordaje en Gaudium et Spes, se presenta a
continuación, un análisis más profundo y
detenido de esta expresión en el contexto previo a la
convocatoria del Concilio.
2.1.1 – Expresión “signos de los
tiempos”, según Juan XXIII.
La relación de la Iglesia con el mundo, estaba en el
corazón de las preocupaciones de Juan XXIII, quien lanza
un llamamiento a la paz entre los hombres. Introduce la idea de
que era preciso leer los “signos de los tiempos”, es
decir, que a pesar del pesimismo sobre el mundo
contemporáneo que se expresaba en sus primeros discursos,
había que saber discernir la acción del
Espíritu Santo en la evolución de la historia. Esta
noción de los “signos de los tiempos”,
constituyó, lo esencial de la “Pacem in
Terris” en 1963. Pero realmente introducida y
actualizada en la Bula “Humanae Salutis”,
mediante la cual convocó al Concilio. El Papa hizo
innumerables declaraciones sobre el Concilio, en las que expuso
la importancia del Concilio en su momento histórico, y
para dar realce a la importancia de esta convocatoria se
sirvió de la noción “signos de los
tiempos”, es decir, los acontecimientos más
relevantes de la sociedad moderna que la Iglesia tiene el deber
de saber discernir e interpretar y que lo pide el mismo Dios.
El Papa consideraba que el mundo moderno había
experimentado y seguía experimentando tales cambios que
bien podría decirse que estaban en el umbral de una nueva
era. Estas transformaciones trajeron consigo grandes ventajas
tecnológicas y también grandes peligros, sobre todo
la amenaza de la pérdida del sentido de lo espiritual,
pues el progreso moral del
hombre no había seguido el ritmo de su progreso material,
muchas veces al margen de Dios.
El Papa muestra haber
sido muy consciente de los pro y los contra de la modernidad, pero
lo que lo distinguió considerablemente de muchos de sus
predecesores fue el espíritu de fe y confianza con que
encaró esta situación. Previno repetidamente contra
la exageración de los males, como si el Espíritu
hubiera abandonado al mundo. Esta confianza fue reducida por
muchos a un optimismo innato, pero está claro que las
raíces de esta actitud papal están en su fe y que
esta fe justificó la necesidad de una Iglesia que no se
desentienda del ritmo de los tiempos y que sepa discernir los
signos.
Juan XXIII y el Concilio Vaticano II interpretarán los
“signos de los tiempos” en dos sentidos diferentes,
que no siempre se distinguen bien. La relación entre estos
dos sentidos sigue siendo indefinida. Los “signos de los
tiempos” hacen referencia en primer lugar a acontecimientos
y situaciones de la sociedad occidental contemporánea, es
decir, a los cambios operados en la sociedad. En segundo lugar,
se encuentra la referencia bíblica de Mt. 16,4, analizada
más arriba, y que hace referencia a los signos
escatológicos, o signos de la presencia del reino de Dios
en este mundo. Es decir, por un lado se conciben los signos, como
acontecimientos sociales o procesos históricos de la
realidad espacio – temporal, producto de las decisiones
realizadas por el protagonismo del hombre. Por otro lado, la
expresión bíblica los concibe como signos
“escatológicos” que puestos en boca de
Jesús, reflejan la teología empleada de las
primeras comunidades para hablar de la presencia del reino de
Dios.
Tanto los textos como los discursos del Papa tienden a asociar
ambos sentidos, como si los cambios de la sociedad tuvieran un
sentido escatológico. ¿Cómo fue posible la
asociación de los dos sentidos, es decir, reconocer en los
cambios sociales los signos del reino de Dios?
En aquel momento esto no constituyó un problema. La
distancia entre las dos concepciones pasó desapercibida.
Sin embargo, hoy representa un problema ante la nueva
interpretación religiosa que reclama la sociedad moderna
de los nuevos movimientos y acontecimientos. En aquella
época los “signos de los tiempos” se
interpretaron en el sentido de que la Iglesia debía
abandonar el sueño de la cristiandad y adaptarse a la
nueva sociedad.
Esto conllevó que la noción de signo adoptara
varios significados. Primeramente el sentido de alarma,
advertencia, es decir, llamar la atención, mostrar la
presencia de una realidad no percibida.
En los discursos del Papa sobre la cuestión se utiliza
en este sentido. Los signos son situaciones, hechos, estructuras
que piden un cambio en el mundo, cambio que se debe tener en
cuenta, porque podría entrañar un peligro; esta
nueva realidad exige respuesta. Por tanto, la introducción
de la noción de signo supone de forma implícita que
la Iglesia puede cambiar y que los cambios del mundo pueden
justificar cambios en el seno de la Iglesia. La idea que
predominaba era que la Iglesia permanecía inmutable e
insensible ante los cambios del mundo, que se debía
encerrar en sí misma y no contaminarse.
¿Cuáles fueron esos “signos de los
tiempos”? ¿Qué fue lo que constituyó
una alarma, un llamado a prestar atención e incluso cambio
de rumbo? El signo es que la Iglesia ha perdido el liderazgo de
la cristiandad y que la sociedad moderna ha dejado de someterse a
la Iglesia. El segundo sentido, los “signos de los
tiempos”, indican el camino que hay que seguir. Este es el
sentido que daba Juan XXIII, puesto que para él en el
mundo actual había elementos positivos. Los cambios
sociales no eran puramente negativos. Era preciso mirar al mundo
con más optimismo, lo cual significaba para él
mayor objetividad.
Si consideramos los “signos de los tiempos” en el
sentido evangélico, es decir, en el sentido
escatológico, en todas las épocas se manifiestan
los “signos de los tiempos”, o lo que es lo mismo,
los signos de la gran transformación del mundo en el reino
de Dios. Es necesario recordar los “signos de los
tiempos” en todas las épocas, y procurar
interpretarlos para saber qué hacer en el momento actual
para que se realicen los tiempos anunciados por Jesús.
Esos signos no son exclusivos de la modernidad, puesto que
están presentes a lo largo de toda historia.
Parece que Juan XXIII utilizó la expresión
“signo de los tiempos” en este sentido
evangélico o escatológico al afirmar que
había llegado el tiempo de la misericordia y no el de las
condenas, y al afirmar que las formas culturales, el
revestimiento cultural, debía adaptarse a la nueva cultura
del mundo.
¿Querría decir quizá el Papa que
había momentos que era preciso condenar y momentos en los
que se debía mantener una nueva cultura? A primera vista,
su discurso podría insinuarlo, pero está claro que
no pensaba así. No aprobaba los métodos de condena
en ningún caso. El evangelio no permitía justificar
la inquisición. El evangelio no establece en ningún
momento que haya que permanecer en una cultura fija, pese a que
ello signifique formar una contracultura dentro de la
sociedad.
¿Qué es lo que pensaba el Papa? Opinaba que los
tiempos de cambio brindaban a la Iglesia la posibilidad de volver
a vivir el evangelio. Quiso decir que debía aprovecharse
el momento de inseguridad y
vacilación, ese momento en el que la Iglesia no estaba
segura de seguir el camino correcto, para recordar el evangelio
de Jesús, que es de misericordia y servicio a los hombres,
no de imposición. Pero es evidente que como Papa no
podía expresarse en estos términos, pues
sería afirmar que durante mucho tiempo, la Iglesia no
había seguido el camino de Jesús.
Así lo quiso decir, que había llegado el momento
de volver al evangelio de Jesús. Quiso dar a entender que
hay momentos en los que aparecen resquicios que permiten cambios
y que el evangelio debe aprovechar esos momentos. Hay momentos en
los que la institución eclesiástica puede estar
más orientada por el evangelio. Sabía que no
siempre era posible, pero consideraba que en ese momento se
abría una posible entrada para el evangelio.
2.1.2 – Noción del concepto en la
preparación y desarrollo del Concilio.
La intención del Concilio al utilizar la
expresión “signos de los tiempos” era
reconocer la existencia de la historia humana y que la Iglesia
forma parte de la historia. Los tiempos de la cristiandad ya han
pasado y es tiempo de que la Iglesia se abra a la modernidad.
Durante mucho tiempo la Iglesia había condenado la
modernidad, ahora ha llegado el momento de reconocer la
realidad.
Existe un nuevo mundo al que la Iglesia no debe pretender
orientar según sus esquemas. Por tanto, la
introducción del concepto “signo de los
tiempos” supone de que la Iglesia debe cambiar y que los
cambios del mundo pueden justificar esos cambios en el interior
de la Iglesia, rompiendo con la idea predominante de que la
Iglesia permanece inmutable e insensible ante los cambios del
mundo y que debe permanecer encerrada en si misma,
distanciándose de lo profano.
Siguiendo la línea de Juan XXIII, el Concilio
procuró reconocer los elementos positivos de la
modernidad. Tuvo en cuenta los cambios del mundo moderno y
juzgó de forma favorable sus proyectos. A este
respecto será la Constitución Gaudium
et Spes la que enumerará los cambios de la
modernidad, no como una exposición científica o
sociológica, sino como una presentación de los
aspectos más visibles, sin pretensión
científica alguna.
El sentido fundamental de los “signos de los
tiempos” en los demás textos conciliares es que los
signos son el mundo actual, el mundo moderno, la nueva
situación del mundo, el conjunto de los fenómenos
del mundo actual con sus conquistas y sus problemas. Los signos
se presentan como si fuesen hechos objetivos de
un mundo situado fuera de la Iglesia que pudieran considerarse
como objetivo.
2.2 – La noción “signos de los
tiempos” en el contexto y proceso de elaboración de
la Gaudiumet Spes.
Para abordar la noción que se tiene del concepto
“signo de los tiempos” en el documento conciliar
Gaudium et Spes, para la teología y la Iglesia,
es preciso aproximarse al momento histórico concreto de su
elaboración, previo a su desarrollo y su aplicación
pastoral post – conciliar. Aproximarse al contexto de su
elaboración permitirá comprender aquellas
motivaciones reales e históricas, sociales,
políticas e ideológicas que fungen como plataforma
de su redacción. Es decir, la relación entre el
texto y el contexto permitirá conocer la base desde la que
se escribe el documento y por consiguiente una comprensión
más completa de la noción que se tiene del concepto
“signo de los tiempos” en este documento.
En la historia de la humanidad, los contextos
históricos – sociales, siempre han influido en su literatura, pensamiento,
expresión y comunicación. Para Gaudium et
Spes, esta influencia no es una excepción. En el
análisis presentado a continuación, se podrá
identificar cómo el contexto determinó, en gran
parte, sobre la inclinación pastoral de los redactores y
autores del documento y, por consiguiente, en sus postulados y
conclusiones doctrinales respecto de la realidad vivida en la
sociedad contemporánea de una Europa
postmoderna para el Concilio.
Si partimos de la premisa de que los “signos de los
tiempos” constituyen precisamente el contexto
histórico en el que estos mismos se desarrollan, se afirma
entonces la conclusión de que fueron precisamente los
“signos de los tiempos” de la Europa del Concilio los
motivos por los cuales se escribió Gaudium et
Spes, como una reflexión acerca de estas realidades y
situaciones que preocupan e interrogan al hombre moderno; y por
tanto, interesan a la actividad pastoral y reflexión
teológica de la Iglesia; y que llevan al documento a
ofrecer si no algunas respuestas, por lo menos esperanzas y
nuevas perspectivas de lectura e Interpretación de estos
signos.
2.2.1 – Contexto del documento Gaudium et
Spes: condición de la sociedad y del
hombre moderno.
La situación del hombre moderno en el contexto del
Concilio y de la elaboración del documento Gaudium et
Spes está determinada por profundos y rápidos
cambios, provocados por su misma inteligencia y que reinciden
sobre el hombre mismo. El mismo documento conciliar
enumerará algunos cambios de la modernidad, no como una
exposición científica o sociológica, sino
como un elenco de los aspectos más visibles, sin
pretensión científica alguna: ciencia y
racionalidad científica, desarrollo económico,
transformación social, derechos humanos,
todo desde una óptica optimista que corresponde a la
visión predominante del mundo: la democracia
cristiana de la época.
Gaudium et Spes es un documento redactado en el
contexto de una sociedad europea que está dividida
ideológicamente en dos polos políticos opuestos; el
capitalismo de
los países occidentales y el socialismo de los
países del centro y oriente de Europa (es preciso recordar
el contexto mundial histórico en ese momento, la Guerra
Fría, la división de Alemania,
etc.) En este contexto político, es cuando algunos
movimientos, posturas políticas y países de la
sociedad europea de la época, empiezan a valorar como
necesario y urgente y a reconocer las bondades de un proceso
político democrático, que no representa una
novedad, pero que permite el anhelado protagonismo ciudadano
individual de los miembros de una sociedad y disminuye la
centralización de las estructuras del Estado sobre
los ciudadanos, tal como lo practicaba el modelo soviético
de la época.
Se trataba, entonces, de la aceptación de los ideales
liberales y de la democracia, de la propuesta del Estado de
bienestar, es decir, un capitalismo atenuado por las leyes sociales
impuestas por una mayoría social demócrata y
democratacristiana en Europa. Estaba claro que ese era el modelo
que se quería difundir en los países atrasados que
no habían llegado a ese punto.
Europa habla en este momento de "democracia" y en medio de ese
contexto, algunos sectores de la Iglesia, no del grupo de los
conservadores; simpatizan con estas ideas; afirman la necesidad
de una apertura de la Iglesia a los fenómenos cambiantes
de la sociedad del momento (signo de los tiempos), tanto
políticos como sociales, y de la necesidad no sólo
de una adaptación de la Iglesia al contexto moderno, sino
también una posible reforma hacia adentro de la Iglesia
misma.
Sin embargo esta segunda intención representaba una
moción débil ante un modelo eclesial clerical
mantenido desde siglos atrás.
Cabe hacer la aclaración aquí, que el grupo que
promovía estas ideas de adaptación a los
movimientos cambiantes de la sociedad moderna era una
minoría significativa, respecto del gran
“gheto” religioso de los conservadores y
tradicionales que querían mantener las estructuras
establecidas hasta el momento. De hecho, la sola noción de
“democracia” no simpatiza, aún actualmente, a
la jerarquía de la Iglesia, sobre todo si se trata de
cambios internos; porque representa un modelo que no se compagina
con las estructuras de la Iglesia católica. Estructuras
que ni el mismo Concilio Vaticano II ha podido replantear del
todo. Estructuras que conciben difícil la sola idea de
abrirse comunitaria y democráticamente, puesto que pesa
sobre sus hombros una estructura
monárquica medieval de obediencia ya obsoleta.
En aquella época la noción que se tenía
de los “signos de los tiempos” estaba muy ligada al
espíritu de la noción de Juan XXIII. Los
“signos de los tiempos” fueron interpretados como un
momento de aviso y advertencia para el papel de la Iglesia en el
mundo moderno, en el sentido de que la Iglesia debía
abandonar el sueño de la cristiandad instaurada desde
siglos atrás y adaptarse a la nueva
sociedad.[6]
Como se comenta más arriba, al utilizar la
expresión “signos de los tiempos”, el Concilio
quería reconocer que la Iglesia forma parte de la
historia, y que la Iglesia debía abrirse a la modernidad.
Durante siglos, la Iglesia condenó la modernidad, pues
ahora era el momento de reconocer la realidad y abrirse a la
existencia de un mundo nuevo.
Todo lo mencionado reflejaba el sentir de los líderes
del episcopado “progresista” de la Europa occidental.
Era en esa sociedad en la que la Iglesia estaba perdiendo poder,
pero la mayoría del Concilio no admitía
explícita o implícitamente que el problema radicaba
en la falta de adaptación de la Iglesia a esa
situación de modernidad. Por eso, esta situación
del mundo occidental constituía un signo de que algo no
andaba bien en la Iglesia y que la solución vendría
de una mejor adaptación a la sociedad moderna,
reconociendo muchos de sus valores.
“Para cumplir esta tarea, corresponde a la Iglesia
el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tempos
e interpretarlos a luz del Evangelio, de forma que… pueda
responder a los perennes interrogantes de los
hombres…” (GS. 4).
Para los conservadores todos los problemas venían del
mundo, y por ello había que luchar contra el mundo actual.
Como argumento, esgrimían que las dificultades de la
Iglesia se producían justamente en los países que
habían aceptado la modernidad, pero allí donde la
Iglesia se mantuvo fiel a la cristiandad – como en
España y Portugal – casi todas las personas
respetaban aún todos los mandamientos de la Iglesia
católica. Sin embargo, aún con esto, el grupo de
avanzada consideraba que el mal estaba en la Iglesia, que no se
había adaptado. Según estos, el mundo moderno, que
provoca problemas a la Iglesia, era un signo de alarma, y era un
signo que indicaba el rumbo que se debía adoptar: abrazar
los valores de la modernidad y colaborar con ella.
Por tanto, algunos obispos conciliares llevaron esta
moción al Concilio. Y es en este contexto que se inicia el
proceso de elaboración del documento conciliar Gaudium
et Spes, que vendrá a exponer cuáles son esos
signos más urgentes que experimenta el hombre moderno y la
sociedad contemporánea y cuál es la postura y el
papel de la Iglesia ante estos.
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo…
La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria
del genero humano y
de su historia” (GS. 1).
2.2.2 – Proceso de elaboración de la Gaudium et
Spes: diálogo entre la Iglesia y mundo moderno, como signo
de urgencia pastoral.
La constitución pastoral Gaudium et Spes
representa una absoluta novedad en la historia de los concilios
ecuménicos, puesto que por primera vez, un documento
conciliar se dirige a todos los hombres, no sólo a los
miembros de la Iglesia. Este diálogo no estaba previsto en
los esquemas elaborados por las comisiones preparatorias del
Concilio, pero ya había intenciones y atisbos, en las
alocuciones y documentos de
Juan XXIII, en las que el Papa invita a discernir, siguiendo las
indicaciones del mismo Jesús, los “signos de los
tiempos”. Pero es claro que estos atisbos, en sí
certeros, no pasaron durante la primera fase a ser operativos,
sino que permanecían a nivel de reflexión y
teoría.
Setenta fueron los textos propuestos en la etapa preparatoria
del Concilio, pero por la similitud de muchos, se redujo a
dieciséis. La GS es uno de estos textos surgidos sobre la
marcha de las tareas conciliares. La decisión de elaborar
una Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual y de
atribuirle un punto central en el proyecto global
del Concilio, encuentra su punto de partida en la
intervención del cardenal Suenens el 4 de diciembre de
1962. Fue el primero en referirse a la conveniencia de un esquema
que tratara de las relaciones de la Iglesia con el mundo. Los cardenales Montini
y Lercaro abundaron en las mismas ideas y el Concilio las
acogió complacido. La Comisión teológica y
la Comisión sobre el apostolado de los seglares
serían las encargadas de elaborar un nuevo esquema.
Fueron importantes los argumentos que se presentaron para
apoyar el esquema y su temática de apertura al mundo
moderno y sus signos. Se enfatizó que era preciso ser
consciente de que una parte del mundo quería la presencia
de la Iglesia y otra no. Había que evitar una mentalidad
eclesiástica y clerical, para poder asegurar un
diálogo con el mundo.
Finalmente, la Constitución Gaudium et
Spes fue aprobada solemnemente el 7 de diciembre de 1965. El
texto aparece como “Constitución
Pastoral”, dicho adjetivo pretende afirmar la actitud
de la Iglesia ante el mundo y los hombres contemporáneos.
La necesidad de un diálogo entre la Iglesia y la sociedad
afloró como urgencia pastoral, desde las intervenciones de
Juan XXIII, las intervenciones de los padres conciliares hasta la
elaboración del documento. Fue como el eje transversal a
lo largo del proceso de elaboración del documento.
2.3 – La expresión “signos de los
tiempos” en la constitución pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual. (Gaudium et
Spes).
La expresión “signos de los tiempos”
será abordada en la constitución pastoral
Gaudium et Spes como el conocimiento y
comprensión del mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus
aspiraciones y el dramatismo que con frecuencia le
caracteriza.
Estas aspiraciones y dramatismos de la sociedad
contemporánea no pueden ser ajenas ya a la Iglesia, que se
constituye en sí misma como una institución o
comunidad conformada por seres humanos, miembros de dicha
sociedad moderna.
“El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia
de los hombres de nuestros tiempo, sobretodo de los pobres y los
afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y
angustia de los discípulos de Cristo… por ello, (la
Iglesia) se siente verdadera e íntimamente solidara del
género humano y de su historia” (GS. 1).
Es por ello que el Concilio Vaticano II y particularmente este
documento, plantearán la novedad de la apertura y
destinación de su contenido, por primera vez, no
sólo a los miembros de la Iglesia, sino a todo el
género humano.
“Por consiguiente, el Concilio Vaticano II…
se dirige sin vacilación no sólo a los hijos de la
Iglesia y cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los
hombres, deseando exponer a todos cómo entiende la
presencia y la acción de la Iglesia en el mundo
actual” (GS. 2).
La GS planteará la urgencia pastoral de una apertura y
comunicación entre la Iglesia y el mundo moderno, que
busque la complementariedad mutua desde lo que cada realidad
puede ofrecer, tanto el aporte de la modernidad desde las
ciencias y la
técnica, como el aporte de la Iglesia y el mundo cristiano
ofreciendo respuestas a las muchas interrogantes de la humanidad
desde la luz del evangelio, y presentando además, motivos
de esperanza para una historia humana que es acompañada e
interpelada por Dios. La GS constituye un buen ejemplo de
esperanza cristiana hacia la transformación del mundo, del
cambio de las personas y de las estructuras,
empezando por el interior de la Iglesia.
2.3.1 – El tema “signos de los tiempos” en
la primera parte de GS: la Iglesia y vocación del
hombre.
La GS afirma, recogiendo la enseñanza de la Sagrada
Escrit ura, que el ser humano fue creado a imagen de Dios,
capaz de conocer y amar a su creador (GS 12). Esta
afirmación tan fundamental plantea que la dignidad del
ser humano no sólo debe referirse a su origen, al hecho de
ser obra del mismo Dios, sino a la vocación inscrita en su
capacidad de conocer y amar a Dios y a sus semejantes. Si la
defensa de la dignidad humana aparece históricamente como
una progresiva conquista de
la humanidad, la Iglesia debe estar presente en ese proceso de
reivindicación de la dignidad y vocación
humana.
2.3.1.1 Signos de la presencia de
Dios en la realidad humana: imagen y dignidad del ser humano
(Capítulo I).
La Gaudium et Spes ha considerado el
fenómeno humano en nuestros días sin
tradicionalismos, sin optimismos, de cara a un futuro
soñado conforme a nuestros deseos, y también sin
conformismo respecto de una imagen prefabricada y hecha familiar
para el hombre. La Gaudium et Spes intenta un
equilibrio
difícil entre una concepción optimista y
fácil del hombre y el intento de llevar a la conciencia del
cristiano la idea de que el hombre no es un ser ya domesticado,
sino que es un ser libre y con mucho potencial, incluso desde el
punto de vista de la fe.
Hay por tanto, dos perspectivas en tensión que presenta
la Gaudium et Spes: una perspectiva humana de
lo que hoy sabemos, como hombres, sobre el hombre, lo que nos
dice la cultura, la técnica y la ciencia y que la Iglesia
acepta y respeta, y otra perspectiva que es particular de la
Iglesia y de la fe cristiana: la humanidad ha sido revelada en
Cristo Jesús no como una humanidad cualquiera, sino como
una humanidad trascendida.[7]
Trascendida en el sentido que el hombre, criatura, imagen e hijo
de Dios, está llamado, desde el plan salvífico de
Dios, a convertirse y evolucionar a una realidad más plena
en el misterio de Cristo, una plenificación que vas
más allá de las realidades terrenas,
espacio-temporales.
El misterio del hombre, de lo que es él en sí
mismo, es esclarecido por la referencia cristológica que
nos ofrece la Gaudium et Spes, al afirmarnos
que en Cristo el hombre alcanza su mayor plenitud y
realización y se define su identidad ontológica
más profunda y su llamado divino:
“En realidad, el misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el
nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del
Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación”.(GS. 22).
La reflexión de la antropología teológica
confirma, en este sentido, que el hombre es imagen de Dios, tal
como nos lo presenta el Génesis (Cf. Gen. 1) y que siendo
Cristo la imagen por excelencia de Dios, el ser humano pleno por
antonomasia, los hombres en la medida en que se configuren con la
persona de Cristo, alcanzarán su máxima
plenitud.
La concepción del ser humano en la Gaudium
et Spes no es una reducción humanista del hombre,
sino una confrontación entre lo que el hombre sabe hoy de
sí mismo y lo que la Iglesia como comunidad humana, sabe
del hombre por la revelación de Dios: la noción de
un hombre que está llamado a trascender y ser pleno,
empezando por su vida terrena, desde sus categorías
espacio – temporales. Estas categorías y todas las
estructuras humanas creadas por el hombre mismo, deben estar en
función y al servicio del hombre. La concepción del
ser humano planteada por la Gaudium et Spes,
desde el plano de lo humano y de la fe, en el contexto de una
sociedad moderna que cree conocer al hombre en profundidad,
responder a todas la interrogantes y resolver el misterio de la
persona humana; es un “signo” de vital importancia en
nuestros tiempos. Esta concepción del ser humano
será la base y plataforma desde la que se abordarán
los siguientes temas, acontecimientos y/o signos en el mismo
documento.
2.3.1.2 Protagonismo social del ser
humano y autonomía de las realidades terrenas:
(Capítulo II y III).
El ser humano es el protagonista activo de esta sociedad
moderna. Capaz de crear, inventar, ordenar, administrar y someter
todas las cosas en beneficio de la humanidad con el uso adecuado
del ejercicio del bien. El protagonismo del ser humano forma
parte del plan de Dios que ha dado al ser humano la fuerza
creadora, la conciencia y la libertad.
“…Al ver tus cielos, obra de
tus dedos,
la luna y las estrellas que
fijaste,
¿Quién es el hombre, para que
te acuerdes de él,
el hijo de Adán, para darle
poder?
Apenas inferior a los ángeles lo
hiciste,
coronándolo de gloria y
grandeza;
le entregaste las obras de tus
manos,
bajo sus pies has puesto cuanto
existe…”
(Sal. 8).
La Iglesia ha de ir descubriendo el plan de Dios en la
progresiva revelación de lo que es el hombre, en la
dócil atención a los “signos de los
tiempos”. No basta la fijación de los principios
fundamentales que dirijan el comportamiento
social del hombre. El carácter religioso ha de hacerse
también compatible con la necesaria autonomía de lo
temporal. La Iglesia podrá conocer el plan de Dios en los
“signos de nuestros tiempos” solamente si sabe ver la
presencia de la energía divina en la evolución de
la existencia humana, en el esfuerzo creador del hombre que forma
parte del plan de Dios.
En este sentido, la multiplicación de las relaciones
humanas, el protagonismo social del hombre mismo y su
acción libre y responsable hacia su realización en
la historia, es bastante motivo para un proceso de apertura y
adaptación de la Iglesia al ritmo de la sociedad moderna,
lo cual nos demuestra un signo urgente de nuestro tiempo, de
diálogo pastoral de la Iglesia y el mundo moderno.
Es a través de este protagonismo, las relaciones
sociales y la autonomía de las realidades terrenas que ha
de llegarse a la creación de una verdadera comunidad. El
plan de Dios llama e invita al hombre a la construcción de
una auténtica fraternidad universal. Esta fraternidad
universal y construcción de la convivencia humana,
constituye un signo de esperanza para nuestro tiempo. Las
relaciones sociales convierten la convivencia humana en verdadera
comunidad cuando se parte del mutuo respeto de la
dignidad. La comprensión del plan de Dios sobre la vida
comunitaria exige partir de lo que es el hombre según la
visión que Dios tiene de él; es esto lo que la
Iglesia debe ofrecer como punto de partida de su doctrina
social.
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